Evidentemente, ella entró exultante y acompañada; y como no podía ser de otra manera, de rojo, color que acapara todas las miradas y todos los ojos, pero ninguna sorpresa, por ser, como era, lo que se esperaba: una morena, pechugona, sin complejos, con escote mareante, luciendo un moreno sin pretensiones y un tilín de “dieciocho años y que como de todo”.
Más que una mujer, o chavala, parecía una oda al metabolismo, un monumento al ADN, un ejemplo enciclopédico a la selección natural.
Yo, como vulgar caballero que me precio, y a veces me aprecian; con disimulo (haciendo el intelectual interesante, lector y gafotas, con cara de niño bueno con pasado oscuro), esperé a que se acercara, a que se quitara el abrigo de entretiempo, y procediera a sentarse, acechando así al “ángulo” perfecto de visión, que me permitiera ver o mejor dicho profundizar en dicho canalillo canela entrecomillado en rojo picota.
Mi gozo en un pozo.
Gracias a la experiencia de la alardo y, con el tiento y confianza de un experto, pero por ello mismo precaución de caballero hipócrita, con tintes de obseso; mirela, ante a la cara, y disparome dos cañonazos con sendos ojazos negros, zainos, y algo viciosos.
Mi paripé había sido demasiado bueno, había atraído del todo su atención, no apartaba su mirada, y mi “ángulo” se escapaba, irremediable, insustituible....
Tendré que volver a usar Internet.
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